jueves, 24 de octubre de 2013

Pequeña nube.-

Según mi modo de ver, los cuentos infantiles son, más que una lectura para los niños, una enseñanza y también una ilusión, que narrados por los adultos que se los leen, obran el milagro de despertar su fantasía, la misma fantasía que poseen o deberían poseer las personas que los escriben. Se han editado  cuentos para todas las edades, y todos ellos guardan en sí mismos una moraleja importante.  Hoy les invito a leer uno que escribí hace tiempo y que, aunque un poquito largo, contiene una moraleja a tener en cuenta por los niños de nuestro tiempo, a los que les sobra casi todo lo que tienen, y carecen de lo más importante: La compañía de otros niños en su vida.
El cuento se titula "Pequeña nube" y dice así:

Existió una vez una princesita, de pelo muy largo y rubio como el oro, que vivía en un castillo lejano, a cuyo interior tan solo se podía acceder si los guardianes que lo custodiaban lo permitían, ya que su trabajo consistía en cuidar que nadie en el mundo le hiciera ningún mal.
Lania, que así se llamaba la niña, no era feliz. Nada le faltaba, tenia cuanto quería y sus padres y criados solo pensaban en satisfacer el menor de sus caprichos, pero a pesar de todo, su vida era muy aburrida. A diario paseaba por los jardines de palacio, acompañada siempre por su tutora, reduciéndose sus horas de juego a distraerse con los innumerables juguetes que tenía a su disposición, acompañada en sus juegos por algún sirviente adulto, ya que Lania no tenía hermanos y en palacio no había niños, salvo ella misma.
Una vez al año los reyes hacían regalos al pueblo y Lania disfrutaba entregando los regalos a los  niños que se agolpaban para  recibirlos. Cuando todo terminaba, los niños se marchaban con sus padres, dejando a Lania muy triste.
Todas las mañanas al levantarse, tenía por costumbre mirar a través de los cristales de la ventana de su habitación, para disfrutar de la luz y del canto de los pájaros mientras de desperezaba. Este era el único momento del día en el que se consideraba feliz. De repente, su mirada reparó en una pequeña nube, muy blanca, que se hallaba posada en el suelo del jardín. Era una nube con rizos en todo su alrededor.
- ¡Que bonita! Pensó Lania, y decidió ante un impulso irresistible, que debía observarla de cerca y hasta tocarla, por lo que sin que nadie se diera cuenta, se encaramó a la ventana y con mucho cuidado bajó hasta el jardín, acercándose a la nube.
- ¡Holan nube! Soy Lania. ¿Quien eres tú? ¿Cómo te llamas? 
La nube sorprendida por la inesperada aparición de aquella niña, le contesto:
- Soy una nube mágica y mi nombre es ése: Nube. Así es como todos me llaman. Pero, dime, ¿Eres feliz? Noto tu mirada algo triste y desencantada.
La niña le contestó que su vida era bastante aburrida, pues, aunque no había juguete alguno que a ella no le pudieran regalar, pues sus padres los reyes todo se lo concedían pero a pesar de todo esto, al poco ya no le resultaban divertidos y se cansaba de jugar.
-¿No tienes amigos? Preguntó la nube. ¡Si supieras cuantas cosas bellas existen que tú puede que no conozcas!
Lanía muy intrigada, pensó que cosas serían aquellas que ella pudiera no conocer y así, le preguntó:
- ¿Qué cosas son esas, puedo saberlo?
- Si puedes. -Dijo la nube- Pero para ello debes abandonar tu castillo y venir conmigo. No debes preocuparte, pues nada malo te ocurrirá estando a mi lado.
- ¿Cómo evitaré que mi familia se preocupe cuando no me encuentren?
- Puedes estar tranquila que eso no sucederá -respondió la nube- Yo haré que todos duerman profúndamente hasta tu vuelta.
Y así, Lania se acurrucó en un rinconcito de la pequeña nube y en ese mismo momento, todos los habitantes del castillo durmieron apaciblemente.
- ¿A donde vamos? Preguntó Lania?
- Dentro de muy poco llegaremos a un maravilloso lugar donde todo es alegría. Te gustará.
- ¿Y de qué cosas podré disfrutar que ahora no tengo? -Nuevamente preguntó Lania.
- Tendrás niños a tu alrededor con los que podrás jugar y reír.
-Nunca jugué con niños, pero los veo una vez al año, en la entrega de juguetes, que mis padres ofrecen.
La nube se entristeció por lo que Lania le dijo. Ningún niño debería carecer de el regalo de la amistad.
La nube se posó sobre un suelo verde. Cuando Lania bajó de ella, miró a su alrededor y quedó maravillada por el precioso color del paisaje. Todos los colores que existen estaban allí.
- ¡Oh, un Arco Iris! Gritó Lania sin poder ocultar su sorpresa. 
- ¡Había muchos niños corriendo y riendo, utilizando el Arco Iris como tobogán. Observó que ningún niño tenía juguetes, tan solo corrían, saltaban, chillaban, reían y se divertían sin más.
Los niños se acercaron a Lania, invitándola a participar de sus juegos. Lania dudo, pues en realidad ella no sabía divertirse sin juguetes. 
Nunca pensó que aquella forma de jugar fuera tan divertida. 
En su vida disfrutó tanto, y cuando la nube le dijo que tenían que regresar a casa, Lania lloró desconsoladamente, y si no hubiera sido por el amor que la princesita sentía por sus padres, no hubiera regresado nunca.
Acurrucada de nuevo en la nube, partieron hacia el castillo, no sin antes haberse despedido de todos sus amigos y del Arco Iris. Todo estaba tranquilo en el castillo. Sus habitantes dormían. 
- Nunca te olvidaré, nube. ¿Volverás?
- No, ya no te hago falta. Serán tus padres, después de que tú les cuentes lo que has vivido, quienes por amor a ti te ayudarán a encontrar amigos.
- La pequeña nube se marchó, perdiéndose en el infinito.
Al día siguiente, cuando todos hubieron despertado, Lania relató a sus padres lo ocurrido. Los Reyes escucharon con mucha atención todo lo que les contaba su querida hija, comprendiendo que en su afán por protegerla, siempre la privaron de lo mejor que los niños poseen: El mundo de los niños.
Y, a partir de ese momento, permitieron que su hijita tuviera muchos amigos, que entraban y salían del castillo, chillando y riendo con Lania.
Lania nunca más estuvo sola y fue para siempre feliz. Sus padres también lo fueron, compartiendo con ella sus ilusiones. 
Nunca más necesitó tener tantos juguetes, pues lo mejor que poseía para ser feliz era la amistad de sus amigos y la que ella les ofrecía al mismo tiempo.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Conchita Zabala.

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